Mínimos, principios y límites.

Hay asuntos y debates que se ponen de moda como estrenar ropa vieja por primavera.

Hay mínimos, principios y límites que vienen muy bien para pisar tierra aunque a veces salten por los aires.

La educación, el respeto y el cariño son mínimos que ganan en cualquier campo aunque tengamos una defensa xenófoba.

Los límites de pequeños y jóvenes no están claros y de mayores muchas veces están amurallados.

De niños nos dibujan el amor por todos los lados y al ir creciendo vemos que no está bien regado, e incluso, nos conformamos.

Para mí, al crecer: el cerro de las Contiendas, los gitanos, el ser un descastado, aprovecharse de un atolondrado, el carro de mi viejo y Franco eran fronteras de guerra.

De estudiante y viajero el mundo es infinito aun sin dinero y los mares del sur podían haber quedado lejanos en los cuentos. De mayor, casi todo se puede conquistar aun sin llegar, excepto lo que depende de los demás.

De adultos no nos ponemos límites hasta que nos damos cuenta de que no sabemos hacia dónde vamos, o que algo se está yendo de madre.

Desde que me marqué un destino caminante voy por donde más o menos siento mis surcos marcados.

“No hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va” dijo Séneca, tal vez, en el puerto de Cádiz.

Muchas veces nos contamos que nuestras posibilidades, fuerzas y fatum se estrechan en lo mal que estamos en un solo yo, sin vistas al mar, y tirando por un puto curre de mierda.

Es curioso que empezando a saber lo que hay que hacer para mejorar y estar bien, nos cueste tanto como para seguir mal e incluso abandonar.

Está claro que la cosa no es fácil. Y que las cosas importantes de la vida no son cosas.

Es intrigante no saber cómo teniendo a Sherlock Holmes y tan buenos médicos no existe una pastilla que lo resuelva todo.

Es mucho confiar que alguien nos salvará en última instancia cuando ya no hay vuelta atrás.

Es de hacérnoslo mirar el que teniendo de todo, a veces, nos falte tanto o creamos que no tenemos ná.

Es de extrañar que sigamos confiando tanto en nuestra fuerza de voluntad después de ver a nuestra generación en la cola de vacunación del virus singular y en un contexto de encierro animal.

¿Cómo es posible que no tengamos una herramienta para calcular si hay un hilo o una línea entre lo que sentimos, decimos y hacemos?

¿Por qué nos hacemos tan pocas preguntas siendo uno de los mejores ejercicios y vamos cada vez más al gimnasio en vez de caminar?

¿Por qué tantas veces no podemos parar?

¿Para qué hay que hacerse preguntas?

¿Qué es lo más importante que quiero hacer ahora?

¿Dónde ha ido ese corazón tan grande que tenemos de niños y hoy solo se lo dibujamos a los demás?

¿Es justo que exijamos tantas cosas a los otros y no sepamos pedir el cariño y el respeto más esencial para nosotros?

¿Cómo teniendo esta vida tan rica andamos casi todo el día pensado en chorradas?

Fotos de la exposición de Damián Ortega: Visión Expandida. En el Centro Botín de Santander con la estupenda compañía de Marta Diez de Baldeón.

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