Desde Ávila con Amor

El azar te hace caer a veces como un meteorito en Ávila. Y después de sacudirte de tu dicha y tu suerte, empezar a levitar en Semana Santa en un pueblecito entre encinas, ovejas, vacas y cientos de pájaros que parece que no saben dónde van.

Los intercambios vacacionales de casa que hacen mi prima Fara y su familia a nosotros nos vienen fenomenal, les gusta venir del sur al norte como aves que emigran. Y Leo y yo nos apuntamos porque nos sentimos queridos, jugamos, paseamos y gozamos con los primos al aire puro.

A siete kilómetros y medio de la maravillosa ciudad de Ávila hay una pedanía llamada Bernuy-Salinero, que tiene todo lo que un hombre puede desear, excepto un bar. Aunque en mi familia esto suena muy mal, el frigo funcionaba bien y en la casa daba gusto estar. Mientras, algunos adultos del pueblo sacan sus cervezas para socializar en la pequeña plaza mayor y los niños juegan al solaz.

A 500 metros se mantiene gran parte todavía del Dolmen del Prado de las Cruces, en el que los prehistóricos de la comarca se reunían a charlar y a venerar. Ejemplo de arquitectura megalítica datado entre finales del Neolítico y comienzos de la Edad del Bronce. Se trata de un sepulcro de corredor con cámara circular, que hace muchos… muchos años estaba cubierto por un túmulo de tierra y piedras.

Un poco más allá, el pequeño y sorprendente Río del Monte, regado en su interior de flores blancas, y al que se llega por el cruce que en ese punto forman las vías pecuarias y la cañada real soriana por las que todavía el ganado va. A su lado, encinas dan sombras en las que descansar, y sobrevuelan milanos, ratoneros comunes y alcaudones, a los que todavía no sé casi ni diferenciar.

Da gusto andar por estos caminos silenciosos mientras la naturaleza sigue su curso, uno ya no se acuerda de lo que pasa en la ciudad y la cigüeña vigila su nido en la torre de la iglesia sin importarle nada más.

Hablando con mi tío Justo, le he recordado cuando leía El Verano de Albert Camus -en el que algún escrito se llamaba Las Piedras y hablaba de algunos de sus días estivales en Argelia-, en esos pequeños libritos de Alianza 100, sentado en una casa molinera pintada de cal en las afueras de Ávila, los fines de semana que en primero de carrera venía a pinchar en un bar ambientado en la Tierra Media. Mi tío también vivió en Orán con su querida Cati. A él, por cierto, también le encanta caminar y conversar. Al final no hemos conseguido dar un estupendo paseo de Bernuy-Salinero hasta abrir el monumento de la humanidad, queda pendiente tío.

También hemos ensalzado en estos días a esa gente de antaño que, en pocas jornadas, iba de ciudad en ciudad. Y mentado a ese gran poeta que salía de la románica Zamora e iba andando tranquilamente hasta la capital, al que en todos los sentidos quiero emular.

Viento de primavera

Ni aún el cuerpo resiste
tanta resurrección, y busca abrigo
ante este viento que ya templa y trae
olor, y nueva intimidad. Ya cuanto
fue hambre, ahora es sustento. Y se aligera
la vida, y un destello generoso
vibra por nuestras calles. Pero sigue
turbia nuestra retina, y la saliva
seca, y los pies van a la desbandada,
como siempre. Y entonces,
esta presión fogosa que nos trae
el cuerpo aún frágil de la primavera,
ronda en torno al invierno
de nuestro corazón, buscando un sitio
por donde entrar en él. Y aquí, a la vuelta
de la esquina, al acecho,
en feraz merodeo,
nos ventea la ropa,
nos orea el trabajo,
barre la casa, engrasa nuestras puertas
duras de oscura cerrazón, las abre
a no sé qué hospitalidad hermosa
y nos desborda y, aunque
nunca nos demos cuenta
de tanta juventud, de lleno en lleno
nos arrasa. Sí, a poco
del sol salido, un viento ya gustoso,
sereno de simiente, sopló en torno
de nuestra sequedad, de la injusticia
de nuestros años, alentó para algo
más hermoso que tanta
desconfianza y tanto desaliento,
más gallardo que nuestro
miedo a su honda rebelión, a su alta
resurrección. Y ahora
yo, que perdí mi libertad por todo,
quiero oír cómo el pobre
ruido de nuestro pulso se va a rastras
tras el cálido son de esta alianza
y ambos hacen la música
arrolladora, sin compás, a sordas,
por la que se llegará algún día,
quizá en medio de enero, en el que todos
sepamos el porqué del nombre: «viento
de primavera»

"Alianza y condena" 1965

Claudio Rodríguez

El placer, la tranquilidad y la claridad de estos días también me han refrescado aquella noche cerca de La Bañeza en que mi amigo Dani Guedella me llevo a un caño a coger agua, sin linterna ni luz alguna. Y me enseñó que, si sabes esperar, tus ojos se adaptan a la oscuridad. Puede parecer una bobada, acostumbrado a tanta luz miedosa de ciudad, yo pensaba que nunca veríamos nada en esa noche cerrada y oscura. Y, por supuesto, se me abrió un mundo como a San Juan de la Cruz.

La ignorancia es atrevida, más si cabe para no ver ni lo que tienes dentro. Lo asumí hace tiempo: soy el mayor paleto de ciudad que hay en España y en parte del extranjero; no tengo fin de curiosidad, aprendizaje y disfrute en el campo y el pueblo. Lo supe aquel día en el también leonés Gete, por las Hoces de Vegacervera, las Cuevas de Valporquero y Cármenes en el que descubrí que las vacas eran teledirigidas y ellas solas sabían volver a su establo.

Hace unos días salía otra vez rebotado de mi ciudad y con una decisión importante que volver a tomar. Ya está otra vez clara, ya está ratificada: no más noches currando en un bar. Proteger y cuidar mi contexto y donde y con quien comparto hasta mi tiempo de trabajo, en vez de confiar tanto en la fuerza de voluntad y en la paciencia que siempre se acaban. Aprovechar muy bien la luz de la mañana y dónde pongo el foco, la tarde con mi niño y seres queridos, y la luz de mis ojos en la noche solo para coger agua en un caño fresco y tomar alguna cerveza o un buen vino con amigos.

Ahora a seguir afilando el hacha y haciendo fuego con lo poco que tengo: una lasca, mi pirita, mi yesca y mi paja. Porque, cada vez tengo más claro que: lo poco que pienso y medito se me da mejor encima de una piedra en un paisaje bucólico y con buen olor a mojón de vaca. Como casi siempre se ha hecho desde la noche de los tiempos.

 

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