¡ANDA A ESCRIBIR!

No recuerdo muy bien y no sé si os ha pasado a vosotros… pero en los inicios de mi reconversión profesional, digamos, unos tres años antes del confinamiento, en parte por propia presión, en parte por otras razones para mí mismo no totalmente claras, decidí que tenía que mejorar mi  “perfil profesional” y mis habilidades digitales. No sé tampoco si algunos tenéis esa sensación de perdidos en el mundo tecnológico y en esas aplicaciones y programas que están hechos para solucionarte la vida, pero que tú, en realidad, sabes que probablemente te la van a complicar.

Cuando tú, Pepe, Luci, Bon y yo pensamos en mejorar, la mayoría de las veces creo que nos vamos a lo laboral, aunque parece claro que si no le das a lo personal nada puede mejorar. Una de las conexiones más exitosas de mi vida fue ese momento en que quise aprender más herramientas tecnológicas y unirlas a mis conocimientos y funcionamientos tradicionales para implementar mi carrera de galgo negro.

Escogí un podcast que no conocía y que en ese programa hablaba de algo así como: “¿Cómo elegir las APP y programas para ser más eficaz?”. Resulta que me cambió la vida a mejor, porque a los chicos y al entrevistado les vi con mucho criterio, y lo que recomendaban era profundizar en la manera o el método que sueles utilizar a la hora de organizarte, funcionar, escribir y definir lo que quieres hacer y a donde quieres ir. Así pues, decidí seguir con mis queridas agendas, cuadernos de notas y papel.

Sigo resumiendo los estupendos y amenos programas del dúo Kenso. Sólo ellos y yo sabemos lo que me han ayudado a ser más feliz con su efectividad, a saber disfrutar de todos los tiempos, concretar y perseverar. Gracias desde aquí Quique y Jeroen, estáis consiguiendo vuestro propósito.

¿Para qué escribo y anoto yo tanto, no estos escritos en mi blog, sino lo que a muchas personas les parecería una verdadera obsesión? Yo escribo prácticamente todo lo que tiene algo de peso en mi cabeza. Y, en este tiempo, ya sé organizar mis miles de papeles y utilizarlos cuando me hace falta, y hasta combinar y repetir lo que me dan al buscar en ellos.

Escribo pues:

  • El Year Compass y el Calendario compacto que comparte Jeroen en el Canasto, un resumen y cuestionario con mi compromiso anual, con mis apoyos y las que creo mis certezas. Y el repaso del pasado año.

  • Escribo en mi agenda para definir de qué va mi mes, mi semana, mi día y mis queridísimas horas.

  • Escribo para recordarme cada mañana con anclajes qué es lo más importante para mi y no para los demás. Y delante de mí, con letras grandes, me obligo a que no se me olvide con bellas frases de atención. Probablemente, de lo que más me ha ayudado en mi vida para no seguir disperso en una linea llena de vuelos que casi siempre aterrizaban en un desierto.

  • Escribo y hago esquemas mentales y visuales sobre lo que leo y escucho y es interesante. Me hago mapas coloridos para seguir adelante.

  • Tomo notas de cualquier cosa de las que se me pasan por la cabeza en relación con mis obsesiones y curiosidades personales, profesionales, sentimentales, familiares. En una libreta, en un papel, en un diario, en una hoja que siempre tengo en la mesilla de noche, en el móvil o en la mano, pero no dejo que se me escape nada, porque pienso que ahí puede estar una clave. Dentro, por supuesto, de que soy un hombre muy simple con pocos asuntos entre manos. Ya que escribir, concentrarme y pensar sobre lo que deseo me ha hecho reducir todo a lo único e importante, liarme lo justo y aprender a decir no. Escribir enseña a borrar y a tirar a la papelera con mucha más soltura.

  • Escribo mi auto-auditoría semanal para analizar cómo han ido mis cosas, que ha ido bien y qué mal, y sobre ello, cómo marcar y definir las tareas más importantes que tendré que hacer.

    Es importante para mí escribir y anotar sí, aunque más decisivo es leer, conocer, preguntarse, pensar y entrar en uno mismo para ver qué de bueno puedes sacar y mejorar, y que te puede venir bien mitigar. Ese verdadero silencio al estar contigo mismo en la escritura y la lectura, del intentar sacar algo en claro de todo esto y de ti, de continuar tu hilo, porque es tuyo y de nadie más.

    Siento que, aunque no lo practique del todo ni sea ejemplo, que el silencio viene muy bien -yo llevo ventaja con mi sordera real y selectiva- para escribir, para el alma, para escuchar y hasta para hablar. Un ritual propio para acordarte de ti. Darte algo más de cariño, cuidado y oídos, como a un bebecito que tantas veces somos. 

  • Por la tarde noche he descubierto algo genial; aparte de lo que te dije, por supuesto. Parece que la mente, además de no parar, sigue teniendo la manía de seguir con los asuntos que hay que solucionar en su afán de supervivencia, aunque el día y los tiempos no se nos hayan dado tan mal. Habrá pocas costumbres tan perniciosas como ver u oír un informativo y quedarte atónito pensando que la gente y el mundo en su mayor parte es así. Todos los días, sin duda, tiene que ser demoledor.

    Así pues, hacer una salida escrita y tranquila de la jornada laboral y proyectar y preparar la siguiente es una buena forma de relajar y cerrar con el trabajo. Si además, te haces unas preguntas como:  

  • 1- ¿Qué podría mejorar de hoy y que se me ha dado bien y podría pulir?

  • 2- ¿Qué tres momentos del día han sido sorprendentes? Les hay, aunque haya que rascar.

  • 3- ¿Qué he hecho hoy? A modo de mini diario sentido y sincero, con lo que te ha gustado y te ha jodido, si acaso.

  • 4- ¿Quién me ha ayudado hoy?

  • 5- ¿Qué quiero recordar del día de hoy dentro de diez años?


    Entonces, en vez de que la mente ponga su atención en lo negativo a corregir y siga dando vueltas por la noche, se centra en lo bueno y en mejorar, se relaja ante esta descarga y sus conclusiones. El camino se va aclarando entre tú, la gente y la vida. Vas alambicando y descartando lo que no te va.

    A todo esto, yo le sumo lo que también dicen te puede cambiar la vida: dar las gracias. Al igual que por la mañana nada más abrir los ojos, a alguien o algo, y el por qué lo haces. Alejas esa queja que, a veces, parece eterna. Si aprendiésemos algo más de humildad y a no juzgar, ya seríamos unos versos libres de la hostia.

    Digamos que entras en ti, te sientes, te oyes y luego sigues en tu ritual de descanso, con velita y cena para uno o para dos. Y, tal vez, si te apetece leer algún aforismo o algo corto y bueno que te sirva de abono, pues dejas que el subconsciente are tu tierra sembrada.

Delibes escribía a mano sus novelas y después, creo recordar, que se lo pasaban a máquina…

Este texto está escrito a mano, mayormente las ideas y su desarrollo, y después, lo remato en el ordenador, claro. Hay otro ritmo y otra gracia en escribir y pintar a mano, aunque no sepas.

Esto es para mí escribir. Intentar mejorar con las rutinas y las cosas mundanas e importantes para ser una buena persona, ayudar a otros con mi propósito y tener más cerca lo que quiero y a quien amo. Yo, sin duda, les animo a escribir porque serán acompañados y recompensados por ustedes mismos.

Y esta humilde escritura de mejora continua, no quita para que uno mismo -sin llegar a lo que decía Cela a González Ruano, sobre lo que se había propuesto: no cejar hasta tener el Nobel en sus manos- pueda tener desvaríos y sueños cuando lee líneas bellas, de poder tener ese callo y ese “cráneo previlegiado” que decía Max Estrella, por cercanía, contacto y tamaño de cabeza más que nada.

Supongo que además, como casi todo en la vida, sería cuestión de proponérselo y hacerse el firme propósito, como le contestaba a mi primo Fernando el otro día en el Cementerio del Carmen al preguntarme si quería ocupar una de las tumbas de los ilustres y poetas de Valladolid que está por rellenar. De matar al padre escritor, al que quieres emular y superar, que decían Umbral y muchos más. Saber sentirlo, pensarlo y juntarlo todo bien. Poner pocos adjetivos y nada de paja y ¡sorprender! Jajajaja, qué verde era mi valle.

Podría hacerlo. Lo que me sucede, al igual que a ustedes, es que me llevaría demasiado tiempo y esfuerzo. Y tenemos también otras cosas importantes que hacer.

 

Como un Cervantes y un Quijote:

“Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse; pero no he podido yo contravenir la orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante: y así ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo, y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno? Bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación.”

¡Qué placer indescriptible es escribir esto!

 

O como un Sebald y un Austerlitz:

“En la segunda mitad de los años sesenta, en parte por razones de estudio, en parte por otras razones para mí mismo no totalmente claras, viajé repetidamente de Inglaterra a Bélgica, a veces para pasar sólo un día o dos y a veces para varias semanas. En una de esas excursiones belgas que, según me parecía, me llevaban siempre muy lejos en el extranjero, llegué, un radiante día de verano, a la ciudad de Amberes, que hasta entonces conocía únicamente de nombre. Nada más llegar, mientras el tren entraba lentamente en la oscura nave de la estación por el viaducto de curiosas torrecillas puntiagudas a ambos lados, comencé a sentirme mal, y esa sensación de estar indispuesto no desapareció en todo el tiempo que estuve aquella vez en Bélgica. Recuerdo aún mis pasos inseguros al recorrer todo el centro de la ciudad por la Jeruzalemstraat, la Nachtegaalstraat, la Pelikaanstraat, la Paradijstraat, la Immerseelstraat y muchas otras calles y callejas, y cómo finalmente, atormentado por el dolor de cabeza y pensamientos desagradables, me refugié en el zoológico, situado en la Astridsplein, al lado mismo de la Centraal Station. Allí, hasta sentirme un poco mejor, estuve sentado en un banco en penumbra, junto a un aviario en donde revoloteaban numerosos pinzones y luganos. Cuando se acercaba ya el mediodía, paseé por el parque y finalmente eché un ojo al Nocturama, inaugurado hacía sólo unos meses. Necesité un buen rato para que mis ojos se acostumbraran a la semioscuridad artificial y pudieran reconocer los distintos animales que, tras los cristales, vivían sus vidas crepusculares, iluminadas por una luna pálida.”


Anterior
Anterior

El beat de los amigos y los ríos…

Siguiente
Siguiente

Desde Ávila con Amor